La vida en pareja sea en matrimonio o la convivencia no es tan simple como los motivos que conllevó a unirlos. Tomando en cuenta los altibajos que ocurren a diario se puede llegar a un buen equilibrio, evitando así decisiones tajantes como el divorcio. El éxito del matrimonio o la convivencia siempre radica en la iniciativa de uno de los cónyuges.
Muchas parejas tienen miedo al fracaso. Y pensar en dar el siguiente paso al noviazgo puede ser el comienzo de los problemas que aún no existen. Muchos dicen que “Sin matrimonio no hay divorcio” sin embargo la verdad o falsedad de esta frase depende del cristal con que se mire.
La separación representa la ruptura del lazo que une a dos personas. Pero no se trata sólo de eso. La vida matrimonial trae consigo cotidianidad, relaciones interpersonales propias del matrimonio y, a veces, hijos. Cuando el matrimonio se rompe todo esto se ve afectado, alterado, y debe comenzar todo de una nueva manera.
Las relaciones matrimoniales, como las rupturas de parejas, pueden desarrollarse de miles maneras diferentes. Cuando de separaciones se trata, tal vez una de sus formas más extrañas, pero no por eso poco habitual, es la separación de aquellas parejas que deciden continuar conviviendo en el mismo hogar.
Muchas veces cuando una relación de pareja finaliza, las decisiones que posteriormente tomarán cada una de las partes podrán influir sobre terceros. Este es el caso de las personas que tras una separación, luego de tener un niño, deciden rearmar sus vidas, conviviendo así con la nueva pareja y el hijo, fruto de la relación pasada.
El divorcio es el reflejo del fracaso matrimonial, por lo tanto representa un hecho muy doloroso tanto en las mujeres, como en los hombres que lo atraviesan.